Irrelevante...
Bueno, esta historia ke dividiré en unas cuantas partes la escribí hace tiempo y originalmente solo estaba pensada para mostrarse a una persona. Hechos ke pasaron en los últimos veces de altibajos en la relación con este persona y el hecho de ke no tengo tiempo de escribir algo nuevo, me llevaron a buscar esta historia ke creía perdida pero ke por azares del destino reencontré. Siendo historia pasada ke nunca titulé cuando escribí no se me ocurrió otra cosa ahora ke llamarla:
Inconclusa, Irreversible e Irrelevante
I.
“Que lo último que veamos el uno del otro sea una sonrisa” dijo Yadira. Pero Cristóbal estaba deshecho por dentro. Amaba a esta mujer, con todas sus fuerzas. La amaba. Cuantas veces discutió con sus amigos sobre el tema del amor. Defendía fervientemente que el amor no era más que una ilusión, un sentimiento creado por uno mismo, un engaño. Ahora se tragaba sus palabras. Ahora que esa mujer se le iba de las manos. La volvería a ver, seguro, pero ya no estarían juntos de la misma manera. Ya no podría besarla y acariciarla como ahora. Esa mujer desaparecería de su vida a los veinticinco minutos después de la medianoche.
“Se fuerte cabrón, no pierdas la compostura” pensaba Cristóbal. Pero ya había perdido su habilidad de disfrazar lo que sentía. Y sobre todo con ella. La persona que mejor lo conocía en todo el mundo. Intentó lo mejor que pudo. Disfrutó de sus abrazos y de sus besos, llorando por dentro por pensar que cada uno podría ser el último. Ese calor que desprendía su cuerpo, la suavidad de su piel, sus labios, sus ojos, esa sonrisa que sólo hacía para él. Todo se iría en unos momentos y no podía dejar de pensar en ello.
Llegó la hora de ir a la estación. Lo supo antes que nadie, pero no quiso decirlo. Tenía la esperanza de que perdiera su tren. Pero ella se iría, eso era lo que ella quería. Lo había planeado con tanto entusiasmo y por tanto tiempo. Dejando su egoísmo a un lado dijo “Ya es hora”, y partieron a la estación.
Estuvieron abrazados hasta que lo vio venir. El maldito tren de las 00:25 del andén 4 que la alejaría de él. Sintió como si le abrieran el estómago con una navaja, hasta podía sentir el sabor a sangre en su boca. La abrazo con todas sus fuerzas. Luego fue a despedirse de Darío. Como lo envidiaba. Iría al lugar donde siempre había querido ir, con la mujer que amaba. “Cuídamela” dijo con la voz quebrada al borde del llanto. Luego regresó con ella y la besó, ahora sí, el último beso. Un beso que ni siquiera disfrutó por retener sus lágrimas.
Yadira y Darío subieron al tren. Cristóbal la observó hasta el último momento. “Que lo último que veamos el uno del otro sea una sonrisa” había dicho Yadira. Cristóbal hizo lo mejor que pudo. Cuando el chofer dio el aviso de salida, su mundo se desmoronó. Quiso que lo último que viera Yadira era a él diciéndole “te amo” pero ella ya había volteado a otro lado, ese “te amo” había quedado flotando en el aire, sin dueño, vagando sin rumbo. El tren partió. Frente a Cristóbal corrió una joven envuelta en lágrimas, quizá en la misma situación que Cristóbal. Casi sintió lástima por ella, cuando se dio cuenta de que él también estaba llorando, como no lo había hecho desde hace años, cuando era solo un niño pequeño. Un llanto de sentimiento, de esos que hacen contraer el pecho, de esos que uno no puede ocultar, un llanto de niño pequeño.
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