--LuN@ y L!Nk--

lunes, enero 23, 2006

Inconclusa...

III.

“Sí eso es lo que piensas, a la chingada, quédate con tu estúpida banda”, dije y me levanté furioso. Éste no era uno de mis clásicos berrinches. Ésta vez me había llegado lo que me dijiste pinche Mono. Me caló, pero no era algo que un par de caguamas más no me hubiera hecho olvidar. Pero hoy no. Hoy había visto a mi madre romper en llanto frente a los platos sucios. Por culpa del cabrón de mi padre. Por culpa de la otra con la que la engañó. Por culpa de todos. Menos mía, de mi madre y mis hermanas. “A la chingada con todo”. No tenía por que andar soportando sus comentarios pendejos. Mejor me largaba, pero no sólo del ensayo. Me largaba de la pinche banda. Ni quién la quisiera. Para el desmadre que sonaba últimamente. Para la poca paga que recibíamos. Para el comino que me importaba la puta vida en ese momento. “A la reputa chingada con todo”.

Pero no lo pudiste dejar ahí. Tuviste que ir detrás de mí y provocarme. Hijo de la chingada. Una y otra vez me empujaste. Con Anaximandro tratando de calmarte. Ni se preocupo por decirme nada. Los tres sabíamos que no te iba a partir la madre. No valía la pena. No era contra ti que estaba enojado cabrón. Sin embargo, ahí estabas. Chingue y chingue y chingue. Ganas no me faltaron, pero como siempre, me quedé con las ganas. Mis puños sólo se interesaban por golpear tabiques, paredes y vidrios. Solo me gustaba lastimarme a mí. Encerrarme en mi estúpida burbuja y dejar a todos al margen. Déjenme en paz, déjenme solo en mi burbuja.

Unas cuadras después llegamos frente a mi casa. Te cerré el portón en la cara. No sé lo que sentiste. Sólo sé que te dolió. Quizá más que si te hubiera golpeado. Y eso no lo pensé hasta mucho después. En ese instante solo quería encerrarme en mi burbuja.

lunes, enero 16, 2006

II. Irreversible...

II.

Sin nada más que hacer, se sentó y prendió un cigarro. Alitas, lo único para lo que le había alcanzado. Sólo, en una ciudad en la que nunca había estado antes. Un idioma que no comprendía para nada. Sin nadie a quien llamar, sin idea de que hacer. Solo se sentó a fumarse un cigarrillo mientras el tiempo le arreglaba todo, como solía ser.

Se terminó el cigarro y volteó a su izquierda. Vio un autobús detenerse en la parada más cercana y presintió que ahí estarían ellos con quienes conviviría durante el próximo año. Y así fue que bajaron cuatro individuos, dos mujeres y dos hombres. Pasó rápidamente la vista por cada uno, sin poner demasiada atención, hasta que sus ojos se posaron sobre ella. De pronto, el tiempo se detuvo. No podría decir que era la mujer más bella que había visto en su vida. Sin embargo, había algo en ella que no podía explicar. Su cara, su sonrisa, no lo sabía. Solo sabía que no podía dejar de verla, hasta que ella lo miró a él, y no pudo resistir esos ojos.

“¡Despierta!”, pensó. Ellos ya se encontraban a unos pocos metros y se zafó del trance en el que esta niña lo había hecho entrar. Volvió a asumir su usual forma de ser. Siempre ocultando su miedo e inseguridad. Mostrando una máscara para no dejar que nadie conociera su verdadero yo.

Pero, ¿Quién era su verdadero yo? Ni él mismo lo sabía, pero esto no es nada que no les pase a todos. No había venido a una misión de auto-descubrimiento, no del todo al menos. Venía huyendo, sin saber de qué o por qué. O estaba aburrido quizá. Probablemente solo era un grito más para llamar la atención. Quizá sólo necesitaba alejarse de toda la mierda que era su vida antes de irse. Cualquiera que fuera la razón, ahora no había vuelta atrás.

La lucha por llegar ahí había provocado más tensión entre él y su padre de la que ya había. No importaba ahora. No lo vería en mucho tiempo a él ni al resto de sus problemas. Podría lidiar más fácilmente con ellos, uno a la vez. Por fin haría caso a su propio consejo. Por fin podría lidiar con sus problemas en vez de estar resolviendo la vida de los demás. Y no es que no le gustara ayudar a sus amigos, y dicho sea de paso, inflar su ego cada que estos le agradecían. Solo que esto lo había podrido por dentro. Tanto fingir ser el “pilar” (como solían decirle algunos) lo había convertido en un ser sin nada adentro. Había reprimido todo lo que sentía y lo había enterrado para no tener que lidiar con ello, para no tener que contárselo a nadie. Pero entonces, surgió la duda. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que toda esa mierda buscara la forma de salir? Las largas caminatas ya no tenían el efecto de antes, ni siquiera las que más disfrutaba, aquellas que siempre terminaban en casa de ella. Las ocasionales calentureadas que de vez en cuando disfrutaba con alguna muchachilla que conocía en alguna fiesta ya no le parecían tan emocionantes. Los interminables viernes tomando en el depa del Mono hasta perder el conocimiento no eran más que una rutinaria y aburrida búsqueda de algo que no encontraría ahí. Tenía que salir de ese depa, de esas fiestas, de esas aventurillas. Tenía que alejarse de todo. Salir de la caja en la que vivía. Ver que hay más allá. Despejar su mente. Tenía que huir.

lunes, enero 09, 2006

Irrelevante...

Bueno, esta historia ke dividiré en unas cuantas partes la escribí hace tiempo y originalmente solo estaba pensada para mostrarse a una persona. Hechos ke pasaron en los últimos veces de altibajos en la relación con este persona y el hecho de ke no tengo tiempo de escribir algo nuevo, me llevaron a buscar esta historia ke creía perdida pero ke por azares del destino reencontré. Siendo historia pasada ke nunca titulé cuando escribí no se me ocurrió otra cosa ahora ke llamarla:

Inconclusa, Irreversible e Irrelevante

I.

“Que lo último que veamos el uno del otro sea una sonrisa” dijo Yadira. Pero Cristóbal estaba deshecho por dentro. Amaba a esta mujer, con todas sus fuerzas. La amaba. Cuantas veces discutió con sus amigos sobre el tema del amor. Defendía fervientemente que el amor no era más que una ilusión, un sentimiento creado por uno mismo, un engaño. Ahora se tragaba sus palabras. Ahora que esa mujer se le iba de las manos. La volvería a ver, seguro, pero ya no estarían juntos de la misma manera. Ya no podría besarla y acariciarla como ahora. Esa mujer desaparecería de su vida a los veinticinco minutos después de la medianoche.

“Se fuerte cabrón, no pierdas la compostura” pensaba Cristóbal. Pero ya había perdido su habilidad de disfrazar lo que sentía. Y sobre todo con ella. La persona que mejor lo conocía en todo el mundo. Intentó lo mejor que pudo. Disfrutó de sus abrazos y de sus besos, llorando por dentro por pensar que cada uno podría ser el último. Ese calor que desprendía su cuerpo, la suavidad de su piel, sus labios, sus ojos, esa sonrisa que sólo hacía para él. Todo se iría en unos momentos y no podía dejar de pensar en ello.

Llegó la hora de ir a la estación. Lo supo antes que nadie, pero no quiso decirlo. Tenía la esperanza de que perdiera su tren. Pero ella se iría, eso era lo que ella quería. Lo había planeado con tanto entusiasmo y por tanto tiempo. Dejando su egoísmo a un lado dijo “Ya es hora”, y partieron a la estación.

Estuvieron abrazados hasta que lo vio venir. El maldito tren de las 00:25 del andén 4 que la alejaría de él. Sintió como si le abrieran el estómago con una navaja, hasta podía sentir el sabor a sangre en su boca. La abrazo con todas sus fuerzas. Luego fue a despedirse de Darío. Como lo envidiaba. Iría al lugar donde siempre había querido ir, con la mujer que amaba. “Cuídamela” dijo con la voz quebrada al borde del llanto. Luego regresó con ella y la besó, ahora sí, el último beso. Un beso que ni siquiera disfrutó por retener sus lágrimas.

Yadira y Darío subieron al tren. Cristóbal la observó hasta el último momento. “Que lo último que veamos el uno del otro sea una sonrisa” había dicho Yadira. Cristóbal hizo lo mejor que pudo. Cuando el chofer dio el aviso de salida, su mundo se desmoronó. Quiso que lo último que viera Yadira era a él diciéndole “te amo” pero ella ya había volteado a otro lado, ese “te amo” había quedado flotando en el aire, sin dueño, vagando sin rumbo. El tren partió. Frente a Cristóbal corrió una joven envuelta en lágrimas, quizá en la misma situación que Cristóbal. Casi sintió lástima por ella, cuando se dio cuenta de que él también estaba llorando, como no lo había hecho desde hace años, cuando era solo un niño pequeño. Un llanto de sentimiento, de esos que hacen contraer el pecho, de esos que uno no puede ocultar, un llanto de niño pequeño.